Desde Ponta Verde, en
Maceio, tomamos un bus hasta la rodoviaria (2,75 reales). Ahí mismo compramos
el pasaje hasta Maragogi (22 reales) Son unas 3 horas de viaje y el bus te deja
sobre la misma ruta, pero el pueblo es tan pequeño que de la ruta a la playa no
hay mas de cinco cuadras. Habíamos averiguado por internet y el único hostel
que habíamos encontrado era el Brazuka, así que fuimos directo para allá, en el
camino preguntamos en algunas posadas, pero seguía siendo el mas barato.
Llegamos y nos dijo 35 reales, y le preguntamos cuanto nos hacia por tres
noches y nos bajo la noche a 30 cada una.
Maragogi inicialmente era una aldea llamada Gamela. En 1887,
fue elevado a la categoría de pueblo y pasó a llamarse Isabel, en homenaje a la
princesa que abolió la esclavitud en Brasil. Más tarde, en 1892, recibió el
nombre de Maragogi por causa del río que baña el lugar.
Maragogi es un pueblo turístico en el nordeste de Brasil que posee un mar de una increíble belleza y aguas calma. Está a mitad de camino de Recife y Maceió. Posee22 kilómetros de playas, cada una tiene su peculiaridad y muchas de ellas salvajes. En muchas de ellas es posible caminar unos 300 mts mar adentro con el agua por la cintura, y por momentos por los tobillos. Una barrera de arrecifes frente a la playa forma una variedad increíble de piscinas naturales. Las principales playas son São Bento, Camacho, Maragogi, Burgalhau, Barra Grande, do Antunes, Dourado, Ponta Mangue y Peroba.
Ponta do Mangue
Esta es la playa que nosotras elegimos para visitar. Esta a
unos 15 minutos en van (2,5 reales) o 40 minutos caminando por la playa. Es una
belleza natural, un regalo para nuestros ojos, un mimo al alma.
El primer día
que fuimos solo pudimos disfrutar del sol no mas de una hora, se largo tan
fuerte a llover que estuvimos cuatro horas por reloj en la galería de una casa,
ahí comimos, hicimos ejercicio, sacamos fotos, escuchamos música creyendo que no
había nadie. Grande fue nuestra sorpresa cuando en un momento, de repente, detrás
de mi abrieron una ventana desde el interior de la casa. Me asuste, eran lo
chicos que cuidaban, no dijeron nada, solo charlamos un rato y volvieron a
cerrarla. Cuando dejo de llover un poco corrimos hacia donde teníamos que tomar
la van de regreso.
En Ponta de Mangue aun el viento hace mecer las hojas de las palmeras y es un rock para el pelo. El canto de los pájaros es una melodía.
Ponta de Mangue es un lugar tranquilo, para pensar, reflexionar, descansar, entre tantas otras cosas.
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Hoy mi casa son dos mochilas y el mundo. Relato cada paso de mi viaje, intentando contagiar a quienes no se atreven a soñar.
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